Globalización, espacios urbanos y modos de vida
Carlos
Lange V.
Lic.en Antropología Social (U. de Chile).
El presente ensayo ha sido concebido con la intención de abordar la discusión teórica actual sobre la influencia que las transformaciones territoriales poseen sobre los modos de vida urbanos. En él se resaltan algunos elementos conceptuales que consideramos significativos para la conformación y consolidación de una Antropología Urbana relevante, tanto en el quehacer académico como en la práctica profesional.
El avance de la globalización está originando una serie de transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales, que tienen en los grandes centros urbanos a sus principales protagonistas. El hecho de que ciudades de la importancia de Berlín, Barcelona, Zurich o Milán, así como otras en todo el planeta, emprenden grandes proyectos de renovación urbana, constituye un importante indicador en este sentido. Como señala N. García Canclini (1997:75), algunas de nuestra ciudades latinoamericanas como México, Sao Paulo, Buenos Aires o Santiago están expuestas a requerimientos similares si quieren acceder a posiciones políticas y económicas competitivas dentro de sus respectivos mercados regionales (léase NAFTA o Mercosur).
En ese sentido, el avance de la globalización impone a los centros metropolitanos nuevas formas de organización físico-territoriales, capaces de controlar y articular los procesos productivos de amplios territorios circundantes. Dichas transformaciones generan importantes cambios socioculturales, principalmente en lo referido a las "formas de habitar el espacio urbano", las cuales abren nuevas perspectivas y nuevos desafío a la antropología.
Nuestra pretensión es demostrar que este tipo de transformaciones nos son cada vez más cercanas y por tanto, el abordaje de las problemáticas urbanas por parte de la antropología resulta fundamental para poder cimentar una disciplina relevante a los requerimientos del futuro.
¿Hacia dónde avanza el urbanismo contemporáneo?
A nuestro entender, hacia un vínculo cada vez más estrecho entre globalización y desarrollo urbano.
Con el avance del modelo económico terciario tanto los Estados-nacionales como las grandes corporaciones transnacionales están permanentemente obligadas a aumentar sus niveles de competitividad en mercados cada vez más abiertos. La teoría indica que el capital debiera adquirir una creciente autonomía en la gestión de sus movimientos, relativizando cualquier tipo de conexión política con un territorio determinado y eliminando el enraízamiento local de la producción, principalmente en el mercado de los servicios. Desde esta perspectiva, el destino territorial del capital privilegia aquellos territorios donde se hallen implementadas condiciones que aseguren mayor flexibilidad productiva y que a la vez permitan disminuir los riego de inversión y otorgar mayores índices de rentabilidad.
Es en éste ámbito donde los centros urbanos adquieren relevancia, constituyéndose en los encargados de proporcionar las condiciones materiales adecuadas para que dicho proceso se realice eficientemente. En este sentido, el concepto de "ciudad global" representa a nuestro entender la más clara expresión del vínculo existente entre globalización y desarrollo urbano, definiendo la conformación de "centros para la coordinación, el control y el servicio del capital global" (Sassen, 1998: 3).
Este panorama transforma no sólo el tradicional concepto de "centro urbano", sino también las concepciones relativas al territorio. Como lo expone C. de Mattos: "la estructura territorial emergente, más que con base en regiones, está vertebrada en torno a un conjunto de metrópolis-regiones, donde se localizan los nodos principales de la respectiva red de flujos" (de Mattos, 1998:739). En este sentido, dos conceptos se vuelven determinantes para comprender las transformaciones espaciales dentro de la globalización: centralidad y movilidad. En presente contexto económico los centros urbanos están llamados a articular y dirigir la actividad productiva de toda su región circundante para lo cual resulta imprescindible concentrar el poder decisional en centralidades que estén permanentemente conectadas con los territorios circundantes a través de una red de flujos informativos.
Según Jordi Borja, el éxito de esta empresa estará directamente vinculado a la concreción de las siguientes características:
¿Qué tan cercanos están estos procesos de nuestra realidad?
Por abstractos y lejanos que nos parezcan, muchos de éstos principios comienzan lentamente a hacerse parte de nuestra realidad. Ciertamente no estamos en condiciones de compararnos con los más importantes centros articuladores del capital, sin embargo ellos han establecido un patrón de desarrollo que debe y es tenido en cuenta al momento de planificarla ciudad. Una experiencia concreta y cercana de transformación urbana orientada por estos principios fue implementada durante la última década en la comuna de Santiago-centro, cuyos lineamientos generales están contenidos en la "Planificación Estratégica de la Comuna de Santiago" (Cataldo, 1997).
Para nadie es un misterio que Santiago-centro ha sido desde siempre el corazón político, administrativo y económico de nuestro país. Sin embargo la expansión de nuestra Región Metropolitana implicó el surgimiento de centralidades alternativas en su interior (Providencia-El Bosque, La Florida, etc.) que podrían disputar en un futuro cercano el rol de centro metropolitano protagónico.
Con el objetivo de "refundar el territorio de Santiago como un moderno centro metropolitano" y a la vez dotarlo de nuevas potencialidades competitivas, dicha planificación definió dos líneas complementarias de acción: "fortalecer el desarrollo de las actividades económicas que están al servicio del resto del área metropolitana" y "complementarlo con actividades que ocupen el territorio comunal de manera más continua y permanente, como las de carácter residencial, recreativo y cultural" (ibid: 68). Se observa en estos enunciados una clara vocación de centralidad, forjada al amparo del rol histórico, la que a su vez se desborda hacia el resto de la región, organizándola de acuerdo a los requerimientos contemporáneos.
Por una parte, el municipio adquiere un rol protagónico en la consolidación financiera, administrativa, comercial y productiva organizando los actores sociales a través de proyectos de capacitación laboral, captación de inversión privada y promoción y fortalecimiento de sectores económicos emergentes, entre otros, los cuales fortalecen su imagen corporativa. Por otra, la consolidación de esta centralidad también se sustenta en el mejoramiento y modernización de la infraestructura en pavimentación, redes de alcantarillado, agua potable, electricidad y gas, alumbrado público, etc. que proveen de las condiciones necesarias para atender los requerimientos informáticos y tecnológicos la más alta concentración de servicios privados y públicos a nivel nacional.
Por su parte, la función residencial de la comuna y particularmente su repoblamiento se sustentaron tanto en la renovación de los barrios históricos como en la construcción de nuevos proyectos urbanísticos, los cuales debían adecuarse a las nuevas demandas habitacionales. A ello responden iniciativas que fueron desde el reciclaje de edificios señeros y tradicionales como el Teatro Novedades, el Centro Cultural Alameda y la Estación Mapocho, hasta la aparición de modernos proyectos inmobiliarios como "Nuevo Santiago", "Remodelación Balmaceda", "Terrazas Norte/Sur".
Sin duda que el fortalecimiento de su posición de "centralidad" dentro del área metropolitana significó para Santiago un proyecto político de notable envergadura, como es asumir y fortalecer una posición de privilegio dentro de la organización territorial, coordinando las distintas esferas de acción que ésta presenta. Sin embargo, una iniciativa de corte político como ésta posee un importante correlato físico-territorial sin el cual sería imposible sustentar nada y que, en este caso, impusieron modificaciones en su estructura urbana tradicional.
La diversidad funcional existente en la comuna se ve fortalecida a partir de la definición de nuevas áreas de diferenciación y especialización espacial, que se configuran a partir de 3 sectores concéntricos al interior del territorio: un primer círculo donde se concentran el poder administrativo (barrio cívico) y financiero del país, además de constituir el centro comercial por excelencia del área metropolitana y también su centro cultural. Un segundo círculo es el que especializa su función al ámbito residencial, preservando como principal valor los barrios históricos y tradicionales de la comuna, como son Brasil, Yungay, París Londres, Forestal, República, etc. Por último, un tercer círculo condensa al sector productivo, donde se han localizado los principales talleres e industrias de la comuna, como son los corredores de Matucana, Mapocho, San Pablo, la Norte-Sur y Exposición.
La especialización funcional en el uso del suelo se ve apoya a su vez por la creación y readecuación de nuevas redes viales que aseguren la movilidad y conectividad entre los distintos sectores identificados y hacia el resto del área metropolitana. Para ello se buscó implementar un completo plan de descongestión vial y peatonal, mejorando el flujo y movilidad en arterias tan importantes como la Alameda (paraderos diferidos, fiscalización de taxis-colectivos, etc.), o paseos como Ahumada, Huérfanos y Estado (traslado de puestos callejeros, despeje ornamental, etc.), diseñando a su vez futuros planes como la habilitación de avenidas intercomunales independientes de la red local (Alameda, Norte-Sur, Sta. Isabel, Av. Matta, V. Mackenna) que permitan a los automovilistas circular rápidamente hacia sus destinos sin interferir con los espacios interiores de la comuna, ampliando la red del metro hacia su interior, etc.
ii) Sujetos urbanos.
Hemos planteado que la reconfiguración de los espacios urbanos influyen decididamente en los modos de vida que desarrollan sus habitantes. Las consecuencias que la inserción a los mercados globales por parte de las grandes ciudades trae a sus habitantes pueden ser de muy distintos tipos, pero en este apartado nos referiremos principalmente a dos de ellos: la instauración de "espacios de flujo" y el aumento de la heterogeneidad cultural al interior de la ciudad. Ambas suponen un cambio brusco en la estrategias de apropiación del espacio por parte de los habitantes de la ciudad y como tales resultan esenciales para comprender sus posibilidades de inserción y participación en los contextos de globalización.
Revisemos en primer lugar la noción de "espacios de flujo". Quizás la mejor manera de entenderla sea observando la formas de usar el espacio por parte de sus habitantes. Como ya hemos expuesto, en los grandes centros metropolitanos los organismos detentores del capital tienden a concentrase en aquellos territorios que les aseguren una mayor rentabilidad a su inversión. Dicha rentabilidad no está representada en ingresos económicos brutos, sino más bien en el grado de inserción que se tenga a los movimientos del capital global. Por esta razón la concentración del capital está asociada a las condiciones de conectividad que dicho territorio pueda ofrecer con respecto a otro subcentro y por tanto al espacio se le dota de infraestructura y equipamiento acorde al cumplimiento de esa función. De esta forma ciertos sectores de la ciudad comienzan a ser ocupados con redes viales amplias, seguras y eficientes, una provisión adecuada de telecomunicaciones y recursos informáticos, especialización de servicios legales, financieros, administrativos, etc. Para el habitante común de la ciudad dichas transformaciones definen también el uso que éste le pueda dar al espacio que habita, uso que también exige una especialización cada vez mayor: donde duerme no es donde come, y donde trabaja no es donde se recrea. En ese sentido, lo urbano le exige al individuo también aumentar sus niveles de una movilidad, un constante traspasar de espacios que representan aspectos diversos dentro de su cotidiano, sean públicos - de la calle a los parques, de éstos al metro; de la playa o la piscina a la red de Internet y viceversa- o semipúblicos - de un café (de piernas) a los bares y discotecas; de las iglesias a los grandes almacenes o superficies comerciales, y viceversa-. El usuario del espacio urbano se transforma así casi siempre en un transeúnte, alguien que no está ahí, sino sólo de paso.
Para M. Delgado esta necesaria transposición de espacios vía movimiento conlleva que el sentido atribuido a cada uno de ellos esté marcado por la fugacidad, propiedad que trasciende la estructura material (del metro, las carreteras o un paseo céntrico) constituyendo y dando forma social y cultural al espacio habitado:
"El espacio usado "de paso" -el espacio público o semipúblico- es un espacio diferenciado, esto es territorializado, pero las técnicas prácticas y simbólicas que lo organizan espacial o temporalmente, que lo nombran, que lo recuerdan, que lo someten a oposiciones, a yuxtaposiciones y complementariedades ( ) son poco menos que innumerables, proliferan hasta el infinito ( ) y se renuevan a cada instante" (Delgado, 1999: 34).
Así la urbanidad se constituye como una "forma de vida" dada en gran medida por "estructuras líquidas, ejes que organizan la vida social en torno a ellas, pero que raramente son instituciones estables sino una pauta de fluctuaciones, ondas, intermitencias, cadencias irregulares, confluencias, encontronazos " (Ibid: 26)
Distintos conceptos han sido formulados por otros cientistas sociales para dar cuenta de las implicancias que esta movilidad, esta fugacidad extrema del espacio urbano, tiene en el modo de vida que lo caracteriza: "espacio" (de Certeau), "espacio antropológico" (Merleau-Ponty), "no lugar" (Augé), etc., todos expresan su oposición a la posibilidad de una apropiación significativa por parte de los sujetos urbanos con relación al espacio en que habitan. Dentro de éstos, el concepto de "no lugar" constituye ya un clásico como articulador de la discusión con respecto al tema. El "no-lugar" se opone a todo cuanto pudiera parecerse a un punto identificatorio, relacional e histórico dentro de la urbe, enclaves asociados a todo un conjunto de potencialidades, de normativas y de interdicciones sociales o políticas que buscan en común la domesticación del espacio. De acuerdo con Augé, ello es producto de una característica propia de nuestra época, la sobremodernidad, cuyo principal componente es el "exceso" relativo al tiempo y al espacio. El exceso de tiempo implica que éste pierde su inteligibilidad, por cuanto la creciente aceleración de la que es objeto produce una superabundancia de acontecimientos, frente a los cuales la historia como categoría portadora de sentido sufre una pérdida de sus referentes más precisos, que son los cuales le permiten al sujeto construirse principios de identidad. Con respecto al espacio, éste sufriría un doble proceso de "achicamiento del planeta" y "apertura al mundo", los cuales generan una superabundancia de referentes provenientes de diversos universos de reconocimiento e impiden, al igual que en la categoría anterior, que el sujeto pueda definir en forma precisa su posición. Como dijimos anteriormente, los "no lugares" se definen como no identitarios -al negar significaciones colectivas-, no relacionales -al impedir un reconocimiento participativo en dicha significación-, y no históricos -al fomentar una estabilidad mínima en los referentes espacio-temporales-. De esta forma para Augé todos aquellos espacios portadores de esta cualidad, léase instalaciones para la circulación acelerada de personas y bienes, los medios de transportes mismo o los grandes centros comerciales, constituyen un producto material y sobretodo ideológico de la sobremodernidad.
La transversalidad de los espacios urbanos devela consiguientemente otra característica: la heterogeneidad de referentes simbólicos multitemporales que se mezclan en un espacio común.
Según lo reseñado por autores como N. García Canclini, Martín Barbero y Beatriz Sarlo, entre otros, este fenómeno constituye una consecuencia más de la profunda influencia que la apertura de los mercados, como institución social predominante en la actualidad, ha tenido en la cultura, debido a que tanto las clases altas y medias, y progresivamente también las bajas, se integran a la nueva política económica imperante por medio del consumo personalizado de bienes simbólicos disponibles. El mercado no excluye alternativas, más bien se beneficia de la incorporación de particularidades, cambiándoles su sentido original por uno que resalta su valor exótico. Sin embargo ello habría permitido que las distintas tendencias culturales que subyacían en América Latina bajo la preeminencia del discurso oficial, salgan a flote y se den a conocer, dejando al descubierto la verdadera condición de nuestra cultura. Ellas han adquirido mayor notoriedad en la ciudad por cuanto ésta concentra la principal fuente de difusión con que el mercado se expande: los medios de comunicación. Las nuevas tramas comunicacionales permiten acceder a universos culturales desconocidos hasta hace poco tiempo, y por tanto una mayor oferta de bienes simbólicos disponibles en torno a los cuales organizar el espacio. Los países latinoamericanos han experimentado un proceso de constante modernización en este sentido. Día a día aumenta el potencial consumo de bienes y mensajes culturales, principalmente gracias al aumento de televisores, radios, internet, entre otros. Cabe por tanto hablar de lo que se denomina "ciudad comunicacional". La riqueza simbólica actual se torna constituyente de los urbano en todos los grados, desde el centro más reducido al más vasto. La gran mutación urbana es la concentración de los signos y símbolos a que aspiran a gozar libremente los hombres de todos los barrios y aldeas. Esta sería una de las condicionantes del "habitar" en la actualidad: la posibilidad de optar por espacios material, funcional y simbólicamente diferenciados, producto de un proceso cultural global generalizado en las sociedades actuales. Esto es lo que García Canclini ha denominado "diferentes ciudades en una". Ello sustenta una premisa importante: las megaciudades pueden descomponerse en microespacios (clubes de baile, recitales rockeros, shoppings) poseedores de una especificidad y que reordenan la problemática de lo público y lo privado. Si bien lugares como estos constituyen sólo fragmentos de las megaciudades latinoamericanas actuales, ellos también son parte del patrimonio cultural que les da forma y significado. García nos recuerda que existen dos tipos de patrimonio: el patrimonio material o visible (monumentos, avenidas, edificios, plazas, etc, expresión de su continuidad y cambios históricos) y el patrimonio inmaterial o invisible (leyendas, historias, mitos, imágenes, etc.), en los cuales se construye y sustenta el imaginario propio de una urbe. La conclusión general de todo ello es que los diferentes sistemas de valores que se expresan a través de las imágenes distintas de lo que debe ser una ciudad comportan, de hecho, ciudades diferentes.
En síntesis, reconocemos en el espacio urbano un fenómeno que subsiste gracias a su capacidad permanente para atraer y producir pluralidad y diferencia. Lo urbano es la permanente yuxtaposición de espacios físicos, funcionales y simbólicos diversos, la negación misma de lo homogéneo y reducible culturalmente. Precisamente lo urbano constituye la expansión del espacio a todas las diferencias posibles (de ahí la necesidad de "movilidad") y de distintos tiempos que se conjugan (la de "hibridación"). El intento por conformar un modelo urbano ideal no pasa, entonces, por moldear esta realidad heterogénea sino más bien por el reconocimiento explícito de sus diferencias a través de la integración de los sujetos urbanos y sus distintos modos de vida a un proyecto común. En ese sentido, diversos estudios de evaluación han constatado la imposibilidad de organizar a la ciudadanía en modelos que homogeneicen y racionalicen su accionar cotidiano.
Como ejemplo de lo anterior, ya hacia fines de 1996 un estudio diagnóstico del barrio Yungay, el más emblemático del proyecto de transformación de Santiago, realizado por antropólogos de la Universidad Bolivariana, (Araya, R. et al, 1996) postuló la ineficacia del concepto de "barrio" como referente cultural e identitario de los sujetos urbanos del lugar, por cuanto éste constituía una categoría más bien político-administrativa de ordenamiento espacial definida por las autoridades municipales, y de paso también por una larga lista de sociólogos y antropólogos urbanos europeos de décadas anteriores, que un espacio de reconocimiento de significaciones espaciales y socioculturales relevantes para la gente sobre el cual fundamentar vínculos comunitarios. De acuerdo a dichos autores, la subjetividad urbana configura más bien espacios sociales de identificación y referencia de corte individual a partir de calles, esquinas, plazas, almacenes, etc., con lo cual se genera una gran diversidad y heterogeneidad de referentes socioespaciales identitarios y relacionales que fragmentan la supuesta homogeneidad cultural atribuida tradicionalmente al barrio como espacio total. Esta constatación permitió también explicar el fracaso de algunas apuestas socioculturales planteadas inicialmente por la Corporación como fueron la participación comunitaria en la elaboración de proyectos y la integración equilibrada entre vecinos nuevos y antiguos.
El análisis muestral de las distintos variables de estudio escogidas por los investigadores, como por ejemplo la percepción de los problemas del barrio, la vida social y la vida colectiva dentro del barrio, sus características funcionales, etc. revela algunas conclusiones específicas:
a) las marcadas diferencias de percepción existentes entre los pobladores del sector sur y del sector norte del barrio. Mientras los primeros critican el marcado tinte comercial de su sector, los segundos se manifiestan conformes con el rol residencial del propio. En este sentido se puede apreciar una marcada diferenciación funcional entre ambos sectores en relación al conjunto urbano.
b) El análisis de la vida social del barrio señala una gran fuerza en ésta, por cuanto la vida familiar, las relaciones de amistad y de vecindad (vínculos primarios) poseen un grado de importancia y vitalidad preponderante entre los vecinos, principalmente los antiguos. Por su parte, el grado de participación en la vida colectiva del barrio presenta una precariedad y debilidad abismante en relación a la primera, donde un 46,5 % de los entrevistados desconocían las labores desarrolladas por el municipio, un 62,7 % las de la junta de vecinos y un 71,3% las del Comité de Adelanto respectivo. Junto con ello, un 83,1% declaró no participar en ningún tipo de asociación barrial.
Esta variable nos resulta vital por cuanto es indicativa de que a un bajo nivel de vida colectiva en el barrio no se le corresponde necesariamente una vida social precaria. Ambas pueden seguir líneas autónomas y paralelas. En segundo lugar, se observa un bajo nivel de adherencia a las organizaciones barriales, y con ello los proyectos de mejoramiento del barrio no pasan a ser más que un instrumento mecánico y tecnocrático de construir ciudad.
c) Los habitantes del barrio poseen un alto nivel de identificación con aquellos espacios que facilitan la realización de practicas cotidianas de apropiación colectiva, como por ejemplo, la Plaza del Roto Chileno, la Quinta Normal, entre otras.
d) Se observa una importante diversidad socioeconómica, etaria, educacional y laboral entre los antiguos y los nuevos integrantes del barrio. Mientras los primeros son preferentemente personas de pertenecientes a clases populares y de edad adulta, los segundos son en su mayoría parejas de adultos jóvenes, profesionales con un nivel de escolaridad y de ingresos considerablemente mayor.
En definitiva, la heterogeneidad sociocultural existente entre los habitantes del barrio Yungay ha generado la existencia de una gran diversidad de identidades en su interior, lo cual ha redundado en la no existencia de una identidad barrial única. Estas se articulan a partir de referentes urbanísticos de carácter más íntimo e individuales como son la casa, la calle, la plaza, el almacén, etc. y no tanto en aquellos referentes de tipo más colectivo, como sería, por ejemplo, una historia común. En este sentido el concepto político-administrativo de barrio se disuelve en multiplicidad de interpretaciones y construcciones personales que lo convierten en un referente espacial sin mayor sentido cultural. A juicio de los autores, esta diversidad conlleva la coexistencia de "ecosistemas socioculturales" de reducido tamaño, donde se conjugan identidades locales y sentidos de pertenencia particularizados. Estos se configuran precisamente a partir de la particularización de los vínculos sociales y la conformación de sistemas de relaciones interpersonales localizados y reducidos.
Junto con lo anterior, los autores postulan que dichos ecosistemas se entrecruzan y yuxtaponen al interior del espacio común, característica directamente asociada a los grados de movilidad que los habitantes del barrio desarrollan en su vida cotidiana. Si su movilidad es escasa entonces sus referentes serán más localizados, pequeños e íntimos. Si su movilidad es alta, entonces dichos referentes estarán distanciados unos de otros, incluso fuera del mismo barrio, y por tanto tenderán a una naturaleza de carácter más abstracto.
Como vimos anteriormente, conceptos como los de "movilidad" y "yuxtaposición" cuestionan seriamente la naturaleza del constructo institucional "barrio" como mecanismo de integración sociocultural y de participación local. Ello eleva a una posición relevante la pregunta ¿Qué define ahora al espacio social?. A nuestro juicio, el estudio y reconocimiento de las nuevas formas de apropiación y participación del espacio urbano por parte de sus habitantes constituye un aporte esencial e imprescindible para una integración más activa de éstos a la conformación de su ciudad.
iii) Conclusión.
El advenimiento del llamado modelo de "ciudad global" o de "centro metropolitano", requiere por parte de las grandes ciudades de una serie de transformaciones de corte social, político y principalmente económico que le permitan insertarse exitosamente en la dinámica globalizadora. A nuestro juicio, dentro del campo de los estudios urbano-regionales se puede apreciar una consideración disminuida de lo sociocultural, lo cual excluye de mejores posibilidades de integración y desarrollo a los sujetos urbanos, por cuanto la propia transformación territorial que la globalización acentúa supone también una reestructuración de los tradicionales modos de vida urbanos. Esta consideración disminuida a que nos referimos se manifiesta en una comprensión del sujeto urbano limitada a la de un individuo racional que pueda comprenderse en relación con las políticas implementadas, un individuo cuya acción pueda anticiparse en términos medios/fines o de costo/beneficios y cuya acción pueda comprenderse desde una racionalidad claramente instrumental. La relevancia teórica y práctica de la presente exposición reside precisamente en el reconocimiento de la heterogeneidad cultural como elemento clave para el diseño, planificación y ejecución de las políticas urbanas, por cuanto nos invita a revisar críticamente la relación existente entre dos actores sociales de naturaleza distinta como son las entidades y organismos encargados de la planificación urbana, y sus políticas en ese sentido (ilustradamente modernos), y los sujetos particulares que habitan los espacios urbanos (diversos y heterogéneos). El reconocimiento de una ciudad heterogénea lleva implícita la demanda por una redefinición de los protagonismos en su interior, abriendo el debate acerca de la necesidad de mayores cuotas de pluralismo y participación de los propios habitantes de la ciudad en las políticas urbanas a implementar como factor decisivo para su éxito.
A nuestro juicio, ésta es la perspectiva desde la cual la antropología puede hacer su gran aporte al estudio de lo urbano, presentando a su habitante en toda su complejidad: sus mecanismos de apropiación y construcción del espacio, identidad y vínculos sociales, todos factores en directa incidencia con los planes de modernización y reestructuración espacial, ya sea de manera positiva o negativa para ellos. Recordemos que por sobre todo, el espacio ha de ser "habitado" por alguien y la consideración a ese "alguien" es fundamental para construir ciudad.
Bibliografía.
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García
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