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Elpidio González 

Licenciado en economía por la Universidad de Panamá. Ha realizado investigaciones en el área de la economía agrícola y los mercados de trabajo. Actualmente estudia una Maestría en Economía Agraria en la Universidad de Buenos Aires.

Danilo Rivera

Economista, graduado de la Universidad de Panamá con Experiencia profesional de casi 4 años. Se desenvuelve elaborando estudios, investigando y hasta ha participado en la elaboración del Libro “Reglas Fiscales Resilientes en América Latina” y la Revista de Iniciación científica de la UTP “La importancia y los precios en la cadena de Producción de arroz durante el período 2001 – 2014”.

 

Hablar del futuro se ha hecho frecuente en las últimas semanas. Individualmente muchos se preguntan sobre su sustento en los próximos días, o sobre lo que sucederá con su contrato de trabajo suspendido, mientras algunos también planifican de qué modo celebrarán el fin de las medidas de distanciamiento que han sido impuestas para frenar el avance del coronavirus. De la misma manera, en medio de tanta incertidumbre, la humanidad ha tropezado con la pregunta de qué nos aguarda en el mediano y en el largo plazo, luego de esta profunda sacudida que ha estremecido nuestro modo de vivir de una manera tan inusitada. La complejidad de los desafíos que enfrentamos diariamente, y de los retos que nos aguardan en el futuro cercano, complican mucho un pronóstico preciso. Un efecto indudable del coronavirus ha sido su capacidad para sacar de debajo de la alfombra aquellas situaciones insostenibles y aquellas preguntas incómodas que la sociedad ha atendido con negligencia, como en espera de que se solucionaran por arte de magia.

Debido a la restricción en la circulación de personas, ha surgido la necesidad de transitar desde el trabajo presencial al trabajo desde casa o teletrabajo. Naturalmente existen actividades en cualquier parte del mundo que no pueden ejecutarse por dicho medio, pero América Latina se ha estrellado con una realidad igual o más limitante: la de sus trabajadores informales y sus altos niveles de desigualdad, condiciones que exacerban el impacto que tiene una economía detenida sobre el empleo. De acuerdo con un estudio reciente de Dingel y Neiman (2020), entre el 15% y el 25% de las ocupaciones en los países de América Latina pueden realizarse desde casa. Esto contrasta con los países europeos y Estados Unidos, donde la cifra supera el 40%. Esta brecha no solo es explicada por la alta informalidad de nuestras economías, sino también por nuestro rezago tecnológico. Las exportaciones latinoamericanas, un reflejo de la orientación que tienen nuestros procesos productivos, siguen fuertemente volcadas hacia los alimentos o hacia los bienes y servicios derivados de la riqueza natural y de la posición geográfica, como es el caso de Panamá. A la par de este fenómeno, el valor de las exportaciones de alta tecnología[1] de China es 7 veces mayor que el mismo indicador para América Latina, y 8 veces mayor en el caso de la Unión Europea.

Este rezago tecnológico cobra relevancia en un mundo que persigue incesantemente el reemplazo de la mano de obra humana por medio de la inversión ahorradora de trabajo. La desaparición de ocupaciones producto del avance tecnológico opera de tres formas: con la aparición de robots automatizados para labores manuales, con el desarrollo de software y con la evolución de la inteligencia artificial. Cada uno de estos fenómenos amenaza las profesiones de bajos, medianos y altos ingresos, respectivamente (Webb, 2020), y los países desarrollados no comprenden a fondo las consecuencias de estas transiciones. En América Latina ni siquiera nos acercamos a imaginar el rol de nuestros países en un mundo configurado de esta manera. Ante este panorama, es necesario rescatar paradigmas que nos ayuden a describir mejor las relaciones comerciales entre nuestros países y el resto del mundo. Las viejas discusiones del siglo pasado (hoy a veces tildadas de obsoletas) acerca de los términos de intercambio en el comercio mundial, el centro, la periferia y la dependencia de América Latina, anticiparon esta brecha de la que comenzamos a tener una noción más clara.

Junto al futuro del trabajo, el futuro de nuestras relaciones con la naturaleza es un tema que también ha resurgido con muchos más desafíos de los que imaginábamos. La penetración de la agricultura y de actividades extractivas en ecosistemas cada vez más exóticos ha sido un importante propulsor de la aparición de patógenos de diversos orígenes, y de su difusión por medio de largas cadenas de suministro (Wallace, Liebman, Chaves y Wallace, 2020). Asimismo, el descenso del precio del barril de petróleo a niveles insólitamente bajos nos ha confirmado con creces lo mucho que depende nuestra economía de los combustibles fósiles. Es tentador entregarse al optimismo de soñar con una economía más “verde” luego de comprobar que el cierre de la actividad en los países industrializados ha reducido la contaminación del aire (Watts y Kommenda, 23 de marzo de 2020). Sin embargo, una vez que la economía pueda volver a arrancar, lo hará con tendencias muy parecidas a las actuales, y una transición a nuevas energías no parece factible en el corto plazo, con la mayor parte de dicha industria subsidiada y lejos de cubrir la demanda global.

Incluso una economía basada en el teletrabajo y en una revolución digital, no nos aseguraría una producción más sostenible. El tráfico de internet (desde y hacia servidores) aumentó anualmente un 27.4% entre 2012 y 2017 (Barnett, Jain, Andra y Khurana, 2018), y este incremento se ha dado a costa de un mayor uso de energía eléctrica. Para 2020, las proyecciones referidas en el estudio de Andrae y Edler (2015) muestran que el peso de las tecnologías de la comunicación en el uso global de energía será aproximadamente de un 11%. En el 2030 se espera que este porcentaje se eleve a un 21%, pero si no existe una transición hacia energías renovables y hacia formas más eficientes de utilizar la electricidad, el mismo estudio refiere que el uso global de energías por las tecnologías de la comunicación puede llegar hasta un 51% en 2030, siendo responsable del 23% de las emisiones de carbono.

Diversas actividades se benefician de los precios bajos de la energía producida a base de combustibles fósiles, como la minería de bitcoins, que requiere largas y complejas operaciones computacionales y es rentable en países con energía de bajo costo (Jones, 2018). El futuro también nos impone el reto de una mejor y más precisa contabilidad de los costos ambientales.     

Finalmente, queda el debate sobre las contradicciones de nuestro sistema económico. En su célebre cuento Míster Taylor, Augusto Monterroso nos refiere al ascenso y la decadencia de una industria absurda basada en la recolección y venta de cabezas humanas encogidas. Pareciera que deseamos honrar dicha obra en esta coyuntura. La falsa disyuntiva entre economía y salud que han planteado algunos políticos y empresarios en medio de esta crisis sanitaria nos muestra lo desvinculados que están los objetivos del capital y la reproducción de la vida humana. Preguntarse por qué el sacrificio de los trabajadores parece tener un costo más bajo que el sacrificio de la producción es el primer paso para plantearse una sociedad que pueda sobrevivir al futuro.

 

Konrad-Adenauer-Stiftung e.V.

Programa Regional ‘’Alianzas para la Democracia y el Desarrollo con Latinoamérica (ADELA)’’

Albrook 16, Cl. Las Magnolias, Ancón

Ciudad de Panamá / PANAMÁ

 

 

Referencias

Barnett, Thomas Jr.; Jain, Shruti; Andra, Usha y Khurana, Taru (2018). Cisco Visual Networking Index (VNI) complete forescast update, 2017-2022. CISCO. Consultado en https://www.cisco.com/c/dam/m/en_us/network-intelligence/service-provider/digital-transformation/knowledge-network-webinars/pdfs/1213-business-services-ckn.pdf

Dingel, Jonathan y Neiman, Brent (2020). How many Jobs can be done at home? National Bureau of Economic Research. Consultado en https://www.nber.org/papers/w26948

Jones, Nicola (2018). How to stop data centres from gobbling up the world’s electricity. Revista Nature. Consultado en https://www.nature.com/articles/d41586-018-06610-y

Wallace, Rob; Liebman, Alex; Chaves, Luis F. y Wallace, Rodrick (2020). COVID-19 and circuits of capital. Monthly Review. Consultado en https://monthlyreview.org/2020/04/01/covid-19-and-circuits-of-capital/

Watts, Jonathan y Kommenda, Niko (23 de marzo de 2020). Coronavirus pandemic leading to huge drop in air pollution. The Guardian. Consultado en: https://www.theguardian.com/environment/2020/mar/23/coronavirus-pandemic-leading-to-huge-drop-in-air-pollution

Webb, Michael (2020). The impact of artificial intelligence on the labor market. Stanford University. Consultado en https://web.stanford.edu/~mww/webb_jmp.pdf

 

[1] Base de datos del Banco Mundial. La definición de exportaciones de productos de alta tecnología de este organismo es la siguiente: productos altamente intensivos en investigación y desarrollo, como son los productos de las industrias aeroespacial, informática, farmacéutica, de instrumentos científicos y de maquinaria eléctrica.

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