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Reportajes internacionales

Miedo al cambio: cómo un alemán reportó a sus paisanos lo que pasó el 2 de octubre en Colombia

de Dr. Hubert Gehring, Margarita Cuervo

Kolumbianer lehnen Friedensvertrag mit der FARC ab

ALGUNOS ESCÉPTICOS LO PRESENTÍAN. LAS ÚLTIMAS ENCUESTAS PARECÍAN ANTICIPARLO. Y FINALMENTE EL 2 DE OCTUBRE SE HIZO REALIDAD. DE LOS 12.8 MILLONES DE COLOMBIANOS QUE PARTICIPARON EN EL PLEBISCITO PARA LA REFRENDACIÓN DEL ACUERDO DE PAZ CON LAS FARC, EL 50.2% -UNA MUY ESTRECHA MAYORÍA- DIJO “NO”. QUIENES ESTABAN A FAVOR DEL ACUERDO FINAL ESTÁN SUMIDOS EN UNA MEZCLA ENTRE DESILUSIÓN, DESESPERANZA Y RABIA. E INCLUSO QUIENES PROMOVIERON EL “NO” QUEDARON ATÓNITOS PUES NO SE ESPERABAN ESTE RESULTADO. TODOS SE PREGUNTAN: „¿POR QUÉ? ¿Y AHORA QUÉ?“

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Una razón que no debe subestimarse en este escenario es que la decisión tuvo una carga emocional muy fuerte. Es apenas entendible que luego de 50 años, 270mil víctimas mortales y 7 millones de desplazados –entre otras cifras que muestran el horror de la guerra– para muchos colombianos, aunque no para todos, haya sido una decisión basada en el dolor por el pasado y no tanto en la perspectiva de un futuro diferente. Probablemente para muchos no fue posible liberarse del dolor y la rabia por las concesiones hechas a las FARC en el marco de este Acuerdo. La Justicia –independiente de lo que haya significado para cada uno esta noción en el marco del acuerdo– al final para la mayoría de los colombianos no fue suficiente.

Otra razón posible: un talón de Aquiles de este proceso fue desde un principio la incapacidad de convocar e incluir a un amplio sector, lo más amplio posible, de colombianos, alrededor del Acuerdo. Al final, se trató más de una disputa entre dos líderes políticos y no de una amplia discusión para una sociedad que hoy tiene más de 48 millones de habitantes. De un lado, el Presidente Santos, incapaz de alcanzar un consenso con la contraparte. Del otro, el ex presidente Uribe, rehusándose a ceder siquiera un paso para lograr acercarse al otro.

Y ahora, ¿qué sigue para Colombia, el país del “realismo mágico”? Muchos periodistas internacionales, en particular europeos, y líderes políticos del mundo miran perplejos, incrédulos lo que pasó este 2 de octubre. ¿Cómo explicarle a alguien que no haya vivido aquí en Colombia cómo es posible que sus ciudadanos hayan decidido no parar una guerra de más de 5 décadas?

Lo primero es que las consecuencias a mediano y largo plazo de esta decisión en la que el “No” resultó ganador -consecuencias dolorosas como mínimo– serán bastante graves. Y probablemente aún no terminamos de asimilarlas. Sin duda, incrementará aún más el alto grado de polarización en la sociedad colombiana –algo que ya se había dado durante los últimos cuatro años en el marco de la negociación. Esto, sobre todo, si el Gobierno y la oposición siguen sin encontrar un consenso en un tema que es fundamental para el país. Algunos expertos tampoco descartan que incremente la conflictividad y la violencia.

Aún más: la imagen de Colombia en la política internacional se está viendo y seguirá viéndose afectada. El país iba en un buen camino -hacia ingresar a la OECD, cooperar en misiones de la ONU, pero sobre todo, salir de su historia de país en riesgo por la inestabilidad y la guerra. Ahora, además, corre el riesgo de pasar a la historia a los ojos del extranjero como el país que rechazó una oportunidad única de caminar juntos hacia un futuro en paz. El impacto de esto a nivel político vendrá acompañado de los efectos para las inversiones y expectativas económicas desde el exterior.

Pero el peor resultado es para la generación joven, una generación que parecía estar esperanzada con el acuerdo de paz con las FARC pero también con la perspectiva de reformas y transformaciones estructurales para lograr un país más incluyente, más equitativo y moderno.

La igualdad de oportunidades, la inclusión social y económica, el desarrollo de las regiones rurales, el retorno de los desplazados –todo eso está en este momento en el riesgo de ser puesto de nuevo en un rincón, esperando a una próxima gran oportunidad, que no se sabe cuándo podría venir.

Y ¿qué pasa con las FARC? Tal vez este sea el asunto que de una u otra forma se resuelva en el mediano plazo. Los líderes de la guerrilla pueden estar contemplando el exilio en otros países, otros –tal vez mandos medios y algunos combatientes– pueden estar pensando en seguir combatiendo, en otra organización, nueva o ya existente, y continuar con el narcotráfico, la minería ilegal y la extorsión.

Así las cosas, queda un sabor a frustración en todo esto. ¡Se perdió una oportunidad única! Sí, con una decisión democrática, que debe ser respetada. Pero una decisión basada principalmente en el miedo, entre otras emociones. El miedo al cambio. Una decisión que pone en vilo el futuro del país y sobre la cual sus líderes políticos (independiente de si se llaman Santos, Uribe, Gaviria, Pastrana o como sea) aún no se han puesto de acuerdo hasta la hora de es-cribir esta reflexión.

En alemán diríamos “Chance vertan!” –o en español: “¡Oportunidad perdida!”.

Resta aún la posibilidad de que surja una solución “a la colombiana”. Que, ahora sí, después de esto, el Presidente Santos –encabezando el “sí”– y el ex presidente Uribe –con el “no”– lleguen a un acuerdo entre ambas partes primero y, luego de esto, se replantee la negociación con las FARC. La misma noche del 2 de octubre distintos grupos empezaron a hablar sobre un gran acuerdo nacional y, al día siguiente, se pusieron en marcha equipos para trabajar en esto. La gran pregunta que uno se hace es: “¡¿Por qué no lo hicieron antes?!”.

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