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Sistemas federales.

Una comparación internacional.

En su forma moderna, el federalismo nace con la constitución de Estados Unidos, en 1789. En otros procesos de construcción del Estado, su imagen despertaba, cuando menos, sentimientos encontrados, y ha experimentado altibajos a lo largo del tiempo. Si bien los tres Estados norteamericanos — México, Canadá y Estados Unidos— adoptaron constituciones federales, este modelo continuó siendo la excepción y no la norma en otras zonas del mundo. Aunque gran parte de la población mundial vive actualmente en estados federados, solo una pequeña parte de todos los Estados soberanos son federaciones. Y, pese a que el planteamiento federal parece haberse extendido en la segunda mitad del siglo XX, con su reaparición en muchos discursos contemporáneos sobre las reformas del Estado, la «federalización» real ha sido excepcional. A menudo, las nuevas federaciones se han tornado efímeras, y la mayor parte de los procesos continuos de este tipo se han estancado a medio camino en la transición hacia un Estado federado de pleno derecho.

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Conservar y estabilizar la unidad nacional es un objetivo central de cada Estado. Países con niveles similares de desarrollo entre sus diversas regiones y con una gran homogeneidad cultural, lingüística, étnica y religiosa tienen menos problemas de conservar la unidad nacional que aquellos países que están marcados por desigualdades de desarrollo socio-económico y/o una gran heterogeneidad cultural, lingüística, étnica y religiosa. Al no forzar la unidad nacional a través de un régimen autoritario, los países con una mayor heterogeneidad requieren de regímenes políticos o de acuerdos político-institucionales que ofrezcan un equilibrio justo entre el objetivo de la unidad estatal, el respeto de los principios de la democracia y los anhelos de la ciudadanía y de los regiones por preservar su idiosincrasia regional, cultural, lingüística, étnica, religiosa, etc.


El federalismo es un régimen político-institucional que ofrece la posibilidad de combinar estos principios de una manera aceptable —aunque no
siempre “perfecta” (porque, al final, ningún régimen político puede resolver todos los anhelos cívicos y políticos a la “perfección”)—. Tanto en diversas naciones europeas como en muchos otros países del mundo, son los regímenes federales los que aseguran la unidad y la diversidad de los Estados nación. Los conflictos entre flamencos y valones probablemente no podrían ser controlados si no existiera un régimen federal en Bélgica. En Alemania, Austria o Suiza, los ciudadanos son conscientes de sus identidades regionales y las ven respetadas a través de los regímenes federales que ofrecen a las regiones —o “estados federados”— una participación en las decisiones nacionales desde sus correspondientes puntos de vista regionales. De tal manera se preservan además el derecho a encontrar soluciones regionales o locales para muchas materias que no requieren de ninguna regulación unitaria a nivel nacional. De la misma forma, un país marcado por tantas diversidades sociales, culturales, lingüísticas, étnicas y religiosas como la India, por ejemplo, muy probablemente no podría mantener su carácter de ser la democracia más poblada del mundo si la heterogeneidad no fuera gestionada a través de un sistema federal. Lo mismo vale para otros países heterogéneos y de gran extensión territorial como son los Estados Unidos, Canadá, Brasil, Indonesia, o Australia. La República Popular de China también está marcada por
la diversidad; pero al optar por un régimen unitario nacional requiere de un sistema político autoritario para mantener la unidad estatal.

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