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Notas de acontecimientos

Sobreviviente: "Todos los judíos fuimos obligados a ir al gueto"

Testimonio de una sobreviviente del Holocausto

El lunes 26 de mayo la Fundación Konrad Adenauer, en colaboración con la Lic. Lidia Assorati, organizó una charla con Irene Dab, sobreviviente del gueto de Varsovia. Ella conversó con alumnos de la Universidad Maimónides.

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“Cristianos, católicos como protestantes arriesgaron su vida para salvar a judíos” expresó Lidia Assorati, coordinadora del programa educativo de la Fundación Raoul Wallenberg. Con sus cálidas palabras introductorias al conmovedor testimonio de vida de Irene Dab, sobreviviente del gueto de Varsovia, el público se sintió conmocionado.

Irene nació en Varsovia, su padre comercializaba material quirúrgico y tenía apenas 6 años cuando de pronto la gente empezó a gritar: “La guerra, la guerra!!” Su vida en esta época fue muy dura. Los judíos eran obligados a usar brazaletes con la estrella de David y ella cuenta: “Mi madre, quien era una persona rebelde, se rehusó a usar el brazalete .” Al poco tiempo, le llevaron al papá a trabajar y se quedaron solas su mamá, su abuela, la hermana de su abuela y ella. “Los alemanes empezaron a alambrar un territorio y lo convirtieron en gueto, todos los judíos fueron obligados a ir allá”. Irene cuenta que 400 mil personas poblaron el gueto y obviamente, no había espacio para todos: “Nos metieron en un departamento con quince, hasta veinte personas.”

De esta manera empezó el testimonio de su niñez. Ella comenta que al poco tiempo aparecieron muchas enfermedades infecciosas graves, siendo el tifus una muy común. En el gueto, los chicos ya no iban al colegio y para que se puedan distraer, comenzaron a formar grupos en las diferentes casas. Ella cuenta que para estas reuniones llevaba un poco de comida, lo que podía: “Cuando iba a las reuniones llevaba mi pedazo de pan y gente en la calle me lo quitaba”. La vida en el gueto seguía así día a día, “hasta que de pronto apareció mi padre en el gueto”, cuenta Irene. Ya que él sabía hacer desinfecciones, ayudó un poco a la convivencia diaria. Ella dice: “A mi tía y a mi abuela se las llevaron a los campos, mi madre se salvó porque consiguió un trabajo”. El padre también consiguió un trabajo porque sabía hablar alemán, y éste era fuera del gueto, así que viajaba siempre para allá. “Un día, los alemanes empezaron a llevarse a los niños y mi padre pensó como protegerme”. “Me metieron en una bolsa y mi padre me sacó del gueto, a donde una mujer polaca que me cuidó”. Realmente así empezó una vida de escondidas y escapadas para Irene Dab. Vivía de huésped, escondida y arriesgando la vida de sus anfitriones, pues esta no fue la única casa donde vivió la sobreviviente. Un día llegó su padre y la llevó a otra casa, donde no aguantó mucho y así mismo, el padre la sacó de ahí y la llevó a un pueblo en el campo, donde vivía en un establo. “Mirá, ahí vive una niña que se está escondiendo, mirá”, cuenta ella que comentaban los niños del pueblo al espiarla en el establo. Después del establo pasó a vivir en una casa en el centro de Varsovia, donde vivía una chica con dos otros niños, los cuales cuenta Irene que no sabe si eran judíos. Ella tenía una mueblería, donde Irene podía esconderse más fácilmente. “Estuve un tiempo ahí, hasta que un día entró una patrulla de la Gestapo y me encontraron, pero estaban buscando al otro niño y no respondí nada de lo que me preguntaron, así que se fueron y me salvé.” Desgraciadamente después de eso, ya no quisieron esconderla más, y su padre llegó una vez más a buscarla. “En el año 1942, mi padre me llevó de nuevo al gueto, éste estaba casi completamente destruido, pero también después de tanto tiempo, volví a ver a mi madre”, cuenta con emoción.

En enero de 1943 su padre intentó sacarla de nuevo del gueto, relata la sobreviviente: “Otra vez metida en una bolsa me llevó a donde él trabajaba y llegó un señor que me llevó a su casa”. Pues su testimonio no termina ahí. Ella narra que era morocha, pero sus padres adoptivos le tiñeron el pelo de rubio, le vistieron de pastorcita, le hicieron papeles falsos, le bautizaron con el nombre de “Teresa” y le pidieron que los llame tío y tía. “Mi padre me vino a ver una vez, y de ahí no lo vi nunca más”, dice Irene. Parece que después empezó una lucha fuerte entre los judíos y los alemanes, entonces incendiaron el gueto. Irene cuenta que un día su “tía” le dijo: “Vamos a salir un rato a la calle y al otro lado de la vereda vas a ver a alguien, pero no puedes hablar con ella.” Así lo hicieron y pues esta señora, era su madre, entonces supo que estaba viva. La niña polaca empezó a ir al colegio, pero por poco tiempo ya que empezaban a sospechar. Ella cuenta que a finales de julio del año 1944 una señora llegó a la casa donde ella estaba a decir que quería llevarle a un lugar en las afueras de la ciudad. Esta señora vivió ahí un tiempo, e Irene cuenta: “En octubre del mismo año, nos metimos mi “tía”, esta mujer y yo en un tren y logramos abandonar Varsovia.” Irene cuenta de su viaje, que llegaron a unos bosques y caminaron algunos días hasta llegar al pueblo, donde una señora refugiaba a judíos. “Ahí encontré a mi madre y a mi padre”, relata la sobreviviente. Al estar todos juntos, el padre contó la historia de cómo se escapó. En el gueto había dicho con otro hombre que era cloaquista y un día, éstas se taparon, así que los dos tuvieron que ir a destapar. Entonces inventándose que había que ir más al fondo para poder destaparlas, lograron escapar y salir por alguna tapa a un lugar donde había una iglesia y donde les ayudaron y les dieron un poco de comida. Así alguien les ayudó a llegar a esta casa en el campo. Irene comenta que esta casa tenía doble pared para poder esconderse y una radio. “Comíamos una papa por día en la trinchera”, narra Irene, resaltando los tiempos difíciles por los que ella pasó.

La sobreviviente cuenta con alivio, que en 1945 llegaron los rusos en camiones que traían también comida y la alegría inundó el lugar. “Con abrazos y besos celebramos con los rusos”, comenta Irene. Primero volvió su papá a Varsovia y encontró a la casa todavía en pie, ya que a lado había un hotel donde se hospedaban alemanes y no la destruyeron, así que al poco tiempo volvieron también ella y su mamá. Irene dice que era imposible vivir ahí, ya que todo estaba destruido, había un muy mal olor y nada de comida. Pero ya que la guerra había dejado todo medio desolado, podían decidir libremente donde vivir y se mudaron a otra ciudad. Su abuelo había venido a Argentina a “hacer la América”, así que con la idea de venir a este país, llegaron en 1948 a la Argentina y encontraron a otra parte de la familia que ya vivía acá. Irene no sabía nada de castellano y empezó poco a poco a aprenderlo, yendo al colegio.

Ella cuenta que una de las cosas que marcó la guerra en su vida, fue que nunca les llamó a sus padres “mamá y papá”, sino por el nombre, ya que su verdadera identidad tuvo que mantenerse escondida durante su vida en Polonia. Otra marca fuerte, fue que ella nunca contó su historia a la gente: “A mi padre si le gustaba contar a otros, entonces cada vez que empezaba con la historia, yo me levantaba y me iba”, dice Irene. Apenas murió su papá, empezó a ser ella la que contaba la historia, ya que le parece importante que la gente se entere lo que verdaderamente pasó, de gente que lo vivió.

(mjg)

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